sábado, 28 de febrero de 2009

Amor en los tiempos de colpaso mundial


23 de febrero de 2009.
Por Sonia Marcus Gaia
De Diálogo
Foto: Ricardo Alcaraz

El amor es una batalla campal hacia el sinsentido. Lisonjero es aquel que piensa que existe la igualdad ante este motor transversal que domina las pasiones. Así, en las artimañas del enfrentamiento amoroso, los combatientes se acorralan y se atentan, se suprimen y se doblegan, se comen y se exterminan.
Para uno de los dos bandos, no quepa la menor duda, el éxito pasará sin gloria ni reclamos. Para el otro, el fracaso se transformará en una pequeña muerte silente, mutiladora. En el amor no hay reglas, sólo estrategias de confrontaciones que suponen la sumisión o la victoria. Allí no importa quién ama más sino el que armará la mejor emboscada para medir sus fuerzas en el combate. Todo se vale en este tétrico cuento de hadas y el que no esté listo para la guerra está destinado al exterminio.
En Francia se llama a esta agresión sentimental “la petite morte”, y no en balde, porque en el acto orgásmico del sexo, Eros y Tánatos andan en lucha de gigantes proclamando el gozo de la muerte, lo que los poetas griegos comprendían como un acto de ocultamiento de los dioses. La obsesión de asesinar al otro para poseerlo parece sacada de esta sangrienta contemporánea realidad, pero en realidad está dando tajos con nosotros desde la naturaleza misma, o preguntémosle a la mantis religiosa el banquete que se dará de su amante después del coito. Esto no tan sólo como un drama de la perpetuación de la especie, sino al más puro estilo de las tragedias de Shakeaspeare, llevando a sus personajes a la inmolación de la pasión que los embarcará hasta la inmortalidad. El mismo Marqués de Sade decía que “no hay mejor medio de familiarizarse con la muerte que aliarla a una idea libertina” en donde el movimiento del amor debía llevarse en conjunto bajo los excesos de la muerte y el sexo. De esa manera, nada detiene la violencia enérgica del acto. Es que la finitud está cargada de grandes cartuchos colmados de hormonas y sangre.
En el poema de la poeta puertorriqueña Zuleika Pagán se maneja una tónica de dicho enfrentamiento agresivo y hambriento del cual hablamos acá, pero en esta ocasión son los amantes de nuestro globalizado siglo, con sus tejemanejes y escupitajos, los que se mostrarán las uñas como felinos en celo ante la noche de nuestra maltrecha existencia. Cuando se observen, la reunión de ambos será un “cara a cara” ante el combate. Como dos púgiles, el examen de la presa recaerá en una territorialización del amor capaz de invertir los valores en las fuerzas de ambos sexos.
En primera instancia, es el hombre, feminizado, como valor añadido ante su debilidad, el que envidiará “mis manos/ mis senos/ mi sexo”. La vagina dentada hace acto de presencia, y Eros y Tánatos se andan divirtiendo a galope. Una violencia verbal inaudita en tanto que la cara es lo humano y las uñas lo animal. Reunir humanidad y bestialidad conlleva que alguien saldrá muy mal herido del asunto, y no precisamente por la fortaleza de uno versus el otro, sino porque ambas relaciones se están dando democráticamente con un frente a frente mortal y sexual. Tanto como si se invirtiera la falocéntrica manía del poder. Misma fuerza masculina que “pretenderá turbar/ mis ojos/ mi lengua/ mis sentidos”. Si antes la envidia enturbia su cuerpo, ahora es el lenguaje, sea este una imagen, expresión lingüística o sentimental que asumirá el rol hegemónico.
Turbar es un atentado a la pasividad; es el que ocasiona la herramienta para distorsionar la estrategia y maquinar el acto a favor del poder. Las bestias han ocupado sus fusiles en examinar a su presa, pero la pelea aún apenas comienza. Todavía falta el dominio por el territorio.
Dentro del entorno, como tercer elemento de esta relación de fuerzas, existe la sociedad que los observa. Las señoras, entonces, los ven “tocándonos, oliéndonos, doliéndonos”. Estos animales en celo se capitalizan en un paisaje mojigato y religioso, contrario a su esencia, porque aquí la sociedad es aquélla que pertenece al sistema y no digiere la naturalidad del acto en común. De allí que “correrán a persignarse/ a ocultarse en la primera capilla en camino…” tanto así como si dijera que lo público de la sexualidad es el verdadero atentado, la común defensa. La misma Simona de Beauvoir decía que “No entendía como ahora, que la sexualidad no es una cuestión privada. La sexualidad es una cuestión política”. La barbarie, ese eslogan en que se nos ha tachado la personalidad latinoamericana, es también un producto de una sociedad que no asumió su naturaleza. Y viéndose ante ese espejo roto es que sólo allí dará cuenta del más certero zarpazo, la estocada final de la batalla: “y me parecerás poca cosa.”
La mujer-animal de Zuleika merece un aplauso por aguerrida y combatiente, pero sobre todo porque no se detiene ni ante el sistema ni ante la subordinación del hombre, sino que bajo la maña de la perra utilizó la mejor arma, ciertamente de una psicología femenina atroz. No mordió, ni aruñó, ni ladró; convirtió en piedra a Lot.
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Autora del poemario "Ankh" publicado bajo el sello editorial Isla Negra

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esta noche nos veremos
cara a cara
uña a uña
y envidiarás aún más
mis manos
mis senos
mi sexo
esta noche nos veremos
cara a cara
uña a uña
y pretenderás turbar
mis ojos
mi lengua
mis sentidos
esta noche nos veremos
cara a cara
uña a uña
y las señoras que nos vean
tocándonos, oliéndonos, doliéndonos
correrán a persignarse
a ocultarse en la primera capilla en camino…
esta noche nos veremos
cara a cara
uña a uña
y me parecerás poca cosa…
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